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MORRISSEY, el triunfo del inquisidor

A propósito del nuevo trabajo de Moz, fechado para el próximo 17 de Noviembre , revolvimos nuestros archivos de Ultrabrit Magazine y revivimos esta nota…

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A propósito del nuevo trabajo de Moz, fechado para el próximo 17 de Noviembre , revolvimos nuestros archivos de Ultrabrit Magazine y revivimos esta nota de 2014, en donde hablábamos del recién publicado World Peace Is None Of Your Business y de la victoria pírrica, luego de 30 años de batallar, de este héroe del rock británico.
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Podríamos llegar a definir de manera categórica que, incluso antes de que tratase de borrar para siempre su primer y segundo nombre, Steven Patrick Morrissey nunca fue una persona muy normal. Al menos teniendo en cuenta los cánones standards de un ser humano promedio, por los que se sueña con tener un trabajo, moldear una profesión, formar pareja, casarse y armar una familia. Como diría el propio Ian Curtis, toda esa exhibición de atrocidades de la vida ordinaria, despreciadas por Moz con su diatriba venenosa en varias de sus letras (You’ve Got Everything Now, Heaven Knows I’m Miserable Now, Break Up The Family, Will Never Marry, (I’m) The End Of The Family Line, All The Lazy Dykes y en la reciente Kick The Bride Down The Aisle, por citar algunas), fueron oportunamente condenadas desde edad temprana y sus ideales mantenidos a través del tiempo, salvo algunas que otras grandes contradicciones.

ultrabrit-n9-mozUltraBrit Mag N°9

Venerar a personajes estereotipadamente comunes y evidentes tampoco fue ni es su especialidad. Todos sus altares están llenos de fetiches y criaturas a las que ama como se adora a un espejo cómplice. Valientes outsiders, lúmpenes, delincuentes, ambigüos defensores de la homosexualidad, travestis y drag queens (Oscar Wilde y su martirio en nombre del amor entre hombres, allá por fines del 1800; James Dean y su condición de ícono gay; los glam rockers The New York Dolls; el travesti Candy Darling y el escritor Truman Capote en la tapa de sendos singles de The Smiths; Reggie y Ronnie Kray, pistoleros asesinos del West End londinense a quienes les dedicó The Last Of The Famous International Playboys; la drag queen estadounidense Lypsinka, a la que proyecta en videos antes de salir a escena; Neal Cassady, el héroe bisexual de la Generación Beat de los ‘60, pareja ocasional de Allen Ginsberg e inspirador de Jack Kerouac). El coqueteo con lo políticamente incorrecto siempre ha sido una especialidad de la casa y, huelga decirlo, gran parte de su encanto. Desde aquellos iniciáticos días de 1983 en los que cantaba en vivo ataviado con grandes camisas de mujer, collares con doble vuelta y los Levi’s 501 desbordantes de gladiolos, Morrissey la tenía muy clara: su objetivo era erigirse en el gran paria rechazado (Years of Refusal), el abanderado de los condenados (The Ringleader of The Tormentors), volverse famoso pero pagando dolorosamente su precio, cumplir aquello que lanzó en los albores de The Smiths a modo de desafío: estar colgado en la pared o quedar contra la pared del mundo.
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Aquel desborde de ironías hiperliterarias que esmerilaban las no-tan-buenas costumbres británicas; esa búsqueda obsesiva por mostrarse diferente (de la cual algunos acólitos hicimos bandera); la pose soberbia que mantiene y maximiza y que le deparó miles de detractores; toda esa incómoda toma de posición hoy le rinde sus frutos tardíos. A más de treinta años de haber comenzado a desandar el camino, Moz se vuelve por peso propio en el verdadero símbolo del inquisidor moderno, el rebelado en contra de todos los sistemas, políticos, sociales, culturales, religiosos, industriales. Con él, nada ni nadie está completamente a salvo. Y su último trabajo, World Peace Is None Of Your Business, confirma el objetivo y exacerba todo pasado. A riesgo de ser devorado por su propio personaje –muchas veces hace equilibrio sobre ese delgado borde- su décimo disco solista lo muestra más enojado y radical que nunca, soltando certeras puñaladas en contra del mundo moderno, los políticos, la gente común que vive en democracia y paga impuestos, la tecnología, los comedores de carne, los ciegos que a tientas siguen osando pensar en formar una pareja estable en medio de un mundo miserable que se cae a pedazos. Todo el trabajo en sí conlleva un halo de rabia, una dosis de bilis considerable (no en vano habla de sendos melanomas y cánceres de próstata), una carga Morrisseysiana extrema. A nuestro divo también parece habérsele acabado el tiempo y la paciencia.
Los hechos se suceden y las secuencias se repiten. Su alianza con Harvest Records ha durado lo que un suspiro, ya que el sello subsidiario de Capitol lo despidió del catálogo mediante un escueto comunicado luego de que el incombustible francotirador de Manchester los depilara en seco -con bastante tino- por no haber apoyado de forma consistente la salida del disco. No hubo resonantes entrevistas, ni videos promocionales, ni presentaciones en televisión. Aún así, Morrissey ha sacado un gran rédito de todo este embrollo y con WPINOYB vuelve a ocupar su sitial de prestigio, un espacio que no comparte con ningún otro artista de la escena musical mundial. Hoy el epílogo de 2014 lo encuentra con gira europea confirmada y plagada de carteles sold out, sin sello discográfico una vez más, pero con la dulce confirmación de que los años de rechazo han quedado definitivamente atrás. Estos son días de reconocimiento masivo para un cincuentón recalcitrante que desprecia al mainstream, pero que vive de él como una rémora, de forma parasitaria. Una contradicción más, y que vivan las paradojas.
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