Con una asistencia más que nutrida, fue sorprendente ver el enorme crecimiento que experimentó la banda en el último tiempo. Era un verdadero ejemplo de público indie: jóvenes sub 20 estilo freak y otros cuantos de mayor edad que siguen a EMPM desde sus inicios, allá por el 2004. Es reconfortante confirmar que una banda platense haya logrado consolidarse de la manera en que lo hizo, progresivamente y a pura contundencia, llenando un estadio en su propia ciudad al mejor estilo Babasónicos.
Siempre es una experiencia fuerte ver a El Mató en directo. Tienen brillo, un estilo naif característico en sus letras, la música hipnótica, la gráfica de los flyers, la personalidad de Santiago. Las canciones simples, imágenes de la vida cotidiana comunes para todos: cuando querés algo y lo extrañas, cuando deseas dormir con alguien especial, cuando el mundo en el que vivís se torna peligroso y soñás con un barrio mejor. La repetición incesante de las mismas palabras te envuelven en una atmósfera de bienestar y calidez, quedando atrapados en una vibra serena y cool. El diseño de su publicidad, tanto en redes –gran parte de sus seguidores son millennials- como en vía pública ostentan dibujos de chicas jugando a la pelota, o de caballeros y damas de la época medieval, todo en colores pasteles, especialmente rosa y celeste. Estilo y personalidad propia.
El show tiene su protagonista estelar, y ese es su cantante. La voz de Santiago Motorizado es inconfundible, embriagante. Con sus dotes vocales paseó a su público por un viaje de 26 temas divididos en dos grandes bloques. Luego de hacerse esperar un poco, el concierto arrancó con “Magnetismo”, del álbum “La Dinastía Scorpio” (2004), y en el que sobresalieron grandes picos como “La noche eterna”, “Amigo Piedra”, “El Tesoro”, “Chica de Oro”, y “Chica Rutera”. Una noche vibrante, con gran puesta en escena, un inteligente juego de luces y efectivos visuales de viajes al espacio.
«¿Querías un milagro John?” Te presento a El Mató.