La consolidación de la escena indie argentina, entre la llegada de Internet y el contexto post-Cromañón
La crisis del 2001 y la tragedia de cromañon fueron la ante sala del surgimiento de una escena en el rock argentino con un planteo estético y ético innovador, y una dinámica de trabajo colectivo en detrimento de las relaciones contractuales con las compañías discográficas.
En su libro Más o menos bien, Nicolás Igarzábal propone el 16 de diciembre de 2004 como momento fundacional del indie local. Ese día, uno de los últimos del mítico Cemento, se celebró el Indie Rock Festival que reunió a bandas nuevas de Buenos Aires y La Plata, en el que participaron Él Mató a un Policía Motorizado, Los SUB, Infinito Paraíso, Coleco, Diego Billordo y Ubika. En esta segunda entrega, nos adentraremos en la consolidación de este nuevo movimiento del rock argentino.
Como repasamos anteriormente, el sonido del rock alternativo estadounidense de los años ’80 y ’90 -principalmente el grunge- y, en menor medida, el britpop, fueron el alimento de la escena indie que comenzó a dar sus primeros brotes a comienzos de los años 2000. Este movimiento nuevo se proyectó geográficamente entre las ciudades de Buenos Aires y La Plata, y el sur del conurbano bonaerense, y fue heredero de la escena alternativa previa. Sin embargo, el contexto impuso sus condiciones: la salida de la crisis de 2001, los avatares post-Cromañón para tocar entre tantos lugares clausurados y la decadencia de las grandes compañías discográficas ante los soportes digitales.
Soporte digital y circulación online: el gran salto hacia adelante
En 1999 la presencia de Internet en el país vía dial-up le abrió la puerta a Ventolín Records, el primer sello digital argentino. La novedad de aquellos años fue el formato MP3, que permitía comprimir la música en pequeños archivos capaces de ser compartidos en la web. Con la llegada del siglo XXI, la circulación de discos digitales permitió una democratización en la producción y circulación de las obras para los artistas: cualquier persona, con una modesta inversión en programas y equipos, podía grabar y producir su disco en su casa y luego difundirlo rápida y gratuitamente.
Este cambio estructural y radical que operó directamente en los que supieron ser los engranajes de la industria musical (radios, canales de música, grabadoras, suplementos culturales, etc.) fue fundamental para la nueva música independiente argentina, ya que amplió el abanico de posibilidades de los artistas para diseñar nuevas formas de producir y difundir sus obras. Asimismo, esta nueva dinámica se recostó sobre una relación de horizontalidad entre artista, sello y promotor, en la cual la percepción de beneficios económicos ocupaba un lugar secundario. Siguiendo el camino de Ventolín Records, e impulsados por la conexión por banda ancha y la popularización de sitios como Rapidshare y Megaupload, los sellos independientes digitales comenzaron a multiplicarse.
La tragedia de República Cromañón y sus consecuencias
Dos semanas después del Indie Rock Festival, la noche del 30 de diciembre de 2004, ocurrió la calamidad más profunda de la historia del rock argentino durante un recital de Callejeros en el boliche República Cromañón. La combinación letal de negligencia, desidia y corrupción ventilaron la decadencia de la clase política y la falta de responsabilidad de la banda y el público, dejando un saldo de 194 muertos y otros cientos de heridos. Aquel trágico evento marcó, por un lado, el reflujo de una movida de rock “barrial” que había hegemonizado la escena desde fines de los ’90 como una de las manifestaciones culturales más representativas de la descomposición social y la crudeza de los años de la crisis; y por otro, la obturación del circuito porteño ante una ola de clausuras que impedían a las bandas salir a tocar.
Al ocaso de las discográficas le siguió la decadencia de las grandes bandas que convocaban multitudes (al menos ya no pudieron volver a presentarse en la ciudad de Buenos Aires y el conurbano bonaerense). Esta situación favoreció el impulso que ya venía teniendo la escena indie, organizada a partir de la coexistencia de bandas pequeñas y atomizadas, disgregadas por todo el país. La solidaridad entre los artistas, que les permitió organizar recitales y giras de manera conjunta, y grabar sus propios discos de manera autogestiva, amplió la oferta de espacios para las bandas –que comenzaron a multiplicarse- en lugares del país donde, hasta entonces, no los había (o potenció aquellos que existían de manera marginal).
La primera década del 2000 fue testigo del surgimiento de esta nueva escena que no solamente refrescó al rock argentino en términos estéticos, sino que también lo hizo en términos éticos: la consolidación de la escena indie marcó la nueva dinámica de trabajo de las bandas de rock argentinas en detrimento de las relaciones contractuales con las compañías discográficas. De tal modo, si bien la adaptación de la industria cultural al entorno digital le ha permitiendo subsistir con fuerza, en la actualidad, las bandas no necesitan una instancia intermediaria que les permita rotar temas en la radio u organizar fechas en un festival para darse a conocer. El indie encarna, pues, una victoria del rock argentino que trasciende las generaciones.