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Entrevistas

Mariana Enriquez, la princesa de las tinieblas

Las cosas que perdimos en el fuego es la última cachetada de la escritora Mariana Enriquez. Es un libro de cuentos, sí, pero sacude y perturba cual golpe desprevenido. Y qué es la narrativa sino eso mismo. Los doce relatos recorren el terror sobre la base de la gran literatura épica. Editado por Anagrama, Las cosas que perdimos en el fuego resulta…

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Foto: gentileza de Nora Lezano.
Las cosas que perdimos en el fuego es la última cachetada de la escritora Mariana Enriquez. Es un libro de cuentos, sí, pero sacude y perturba cual golpe desprevenido. Y qué es la narrativa sino eso mismo. Los doce relatos recorren el terror sobre la base de la gran literatura épica. Editado por Anagrama, Las cosas que perdimos en el fuego resulta lectura obligada para los amantes de las buenas letras.
El Federal en San Telmo resulta el espacio ideal para compartir un café con la Enriquez. Hablamos de su nueva edición, de las anteriores, de la que se viene; de su trabajo como subeditora del suplemento Radar de Página 12, de esta pasión ¡inmensa! por la literatura.
— ¿Considerás al terror como el último recurso del romántico?
— Claro. Estoy entre lo gótico y lo romántico, el terror.
Y las mujeres, siempre protagonistas, víctimas y heroínas por igual. Que en estos tristes tiempos de femicidios se transforma en voluntad de objetividad: «Quería un retorcido acto de empoderamiento«, dice.
— Yo trabajo una cruza con lo urbano y elijo a las mujeres narradoras. Mujeres y cuerpo son elementos del gótico, fijate Bertha Mason en Jane Eyre: el horror de la mujer en primera persona, mujeres ardientes.
Las que se queman en el fuego, justamente. El último cuento de las docena y que da nombre al libro, destruye toda razón subjetiva: «Hay sacrificio, castigo, es un cuento combativo«, dice, y así resulta un manifiesto sin más. Esta particularidad de mezclar situaciones reales -como la del Petiso Orejudo, pocas historias más retorcidas y sin embargo verídica; o la de El chico sucio donde el chico que pide en el subte deambulando por Constitución es una mirada diaria del porteño- con la ficción del miedo es porque así es la existencia: tristemente terrorífica. «El nene en el subte es la víctima, lo mismo su madre paquera. Fijate los tradicionales cuentos de hadas que resultan disparadores del terror. Los cuentos para chicos: Caperucita Roja, Hansel y Gretel, me gusta, funciona. Hay un doble discurso, por eso es perturbador. Los niños no se pueden nombrar a sí mismos, tienen menos poder. El abuso infantil me obsesiona, el horror de la niñez NH559 Las cosas que perdimos en el fuego.indddesamparada…».
El gran logro quizá resulte esa cruza entre el componente de atrocidades actuales y el fundamento de pánico clásico de la literatura gótica: son dos realidades que se determinan recíprocamente. El péndulo oscilante entre las partes captura ese complejo nudo que nunca alcanzará la perfección ya que es inmanentemente vital.
Doce cuentos (meses, apóstoles, monos, dioses del Olimpo) encadenados: «El hilo conductor son las voces de las mujeres. Aunque la nueva novela larga que estoy escribiendo es con varones como protagonistas. A estas mujeres de Las cosas… las busqué en distintas geografías, diferentes ambientes. En uno de los cuentos, Tela de araña, hay hasta ternura en el asesinato del hombre. No sé si es un libro feminista, hay varones antipáticos pero también otros incomprendidos por la mujer. Puede ser difícil la relación con el personaje, pueden no estar presentes: es la situación del momento. A las mujeres las busqué en distintas geografías también».
— Al igual que en tu libro Chicos que Vuelven, ¿podemos decir que los finales no son tales?
— Son finales sin remate, el cuento sigue ocurriendo hasta donde yo sé… nada tranquilizadores.
— ¿Cómo armaste el orden de los cuentos?
— Me ayudó mi agente. Soy muy controladora, me gusta la disciplina, una puntuación particular; pero necesito ver cómo lo armaría otro, o si es relevante o es más realista. Necesito esa otra mirada, confiar. En realidad, eran varios cuentos, algunos más nuevos, otros más viejos, que reunimos con una coherencia. Por ejemplo, me gusta la novela gráfica pero me gustaría dibujarla yo, ahí lo del control.
— ¿Qué películas o series estás mirando?
— Estuve mirando The witch, la serie Penny Dreadful, o la primera temporada de American Horror Story que me gustó mucho. La serie francesa Les revenants es muy buena.
Las cosas que perdimos en el fuego se edita en España, Chile, Perú, México y, atención, con traducción al griego, alemán, checo, holandés, noruego, danés, sueco, inglés, francés, portugués, italiano, chino, turco, hebreo.
— ¿Cómo lo vivís?
— No, no lo pienso mucho, creo. Hay un porcentaje de suerte, de azar.
La impotencia que genera El chico sucio; la amistad de La hostería, lo autobiográfico de Los años intoxicados, el desconcierto de La casa de Adela, el sobrecogimiento de Pablito clavó un clavito: una evocación del Petiso Orejudo, el calor -y no del fuego- de Tela de araña, el terror de Fin de curso, lo sacrílego de Nada de carne sobre nosotras, el vacío existencial de El patio del vecino, la indeseable realidad de Bajo el agua negra, la gran línea del libro -«La gente triste no tiene piedad»- de Verde rojo anaranjado y finalmente el terminante Las cosas que perdimos en el fuego; hacen que Mariana Enriquez sea la gran pluma de la narrativa contemporánea argentina. No solamente del género que lo acoge sino como heroínas ¿antiheroínas? del drama moderno que revela en el proceso de estética propia de sus escritos, como una condición previa fundamental y fenomenológica de la obra, antes de comenzar a escribirla.

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