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Lecturas Obligadas: Cultura Mod. El dandy del rock

Aquí un informe sobre la subcultura Mod que tuvo tanto de musical como de estético: el arte y sus cualidades. Lo distinguido y lo asonante.

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OK: The Jam y The Kinks son los mejores exponentes musicales de la subcultura denominada Mod. Brighton, su ciudad. Paul Weller, su padrino. Quadrophenia, la película. Los 60, la década. La bendita Vespa, su vehículo. ¿Graham Greene su artífice? Aquí un informe sobre un género que tuvo tanto de musical como de estético: el arte y sus cualidades. Lo distinguido y lo asonante.
 
Fue la revolución con delicados zapatos de cuero, lustrados e impecables. El rock rebelde de los 50 venía apagándose y un colorido Swinging London se imponía, florido y optimista sobre las camperas de cuero alla James Dean. Hedonistas, con el puntapié de la moda y sus cortes simétricos, tanto Beatles como los Rolling Stones y The Small Faces le pusieron música a todo un segmento que se lucía en la londinense Carnaby Street, el Soho y sus alrededores. Más y mejor desarrollado, el modernista -el moderno-, el mod, se ajustó el corbatín, se puso la camisa Ben Sherman y con ¿justificados? aires elitistas, salió a enfrentarse al rockero –el rocker-.
En la película Velvet Goldmine podemos ver la eterna pregunta de la época: “Are you a mod or a rocker?” que no distaba de una pasión futbolera por uno u otro equipo tan característica de la sociedad inglesa. Fue para la Semana Santa de 1964 que ambos bandos se enfrentaron en Brighton y rockearon las playas del sur de la isla: cientos de jóvenes repartieron trompadas por doquier, la sociedad flemática observaba horrorizada y la policía no sabía por dónde empezar. Eduardianos Teddy boys, distinguidos mods, enfervorizados rockers quedaron tirados bajo el Brighton Pier. Uno culpaba al otro y todos culpaban a la policía.
Musicalmente tiene su raíz en el bebop, el modern jazz, la música jamaiquina que había llegado a Inglaterra una década antes, su evolución al ska y el rock más de garage. A todo este bagaje se le suma el sustrato cultural que lo mantenía: la Bauhaus en arquitectura, el existencialismo alemán, Artaud, Mondrian, Jean Genet, Hitchcock, Jean Cocteau, Kandinski… ¿Cómo no iban a ser elitistas? El rocker no conocía más que a Elvis.
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Porque hay otro detalle: así como el punk elevaba su “Hazlo tú mismo”, el mod gracias a su capacidad social de consumo se compraba la mejor ropa italiana y hasta trajes de tres botones a medida por sastre. Inconformistas por igual, con el guiño generacional de rigor, el mod era el personaje preocupado por su estilo, el look, los discos, los libros que se asocia con esa imagen de la pareja, él impecable, ella con su corte bob y el vestido alla Twiggy corriendo en una Lambretta plateada. The Who, Small Faces, The Kinks, The Jam, Skatalites, Yarbirds, fueron los verdaderos fundadores iniciáticos del género. Beatles se lookeaban cual mods pero nunca fueron muy queridos (por snobs) en las filas, punks como Stranglers, Buzzcocks o los Fingers también se rindieron a esos compases, o hasta los Smiths y Elvis Costello flirtearon con la melodía beat. Paul Weller, tanto con The Jam como con The Style Council y hasta su carrera solista es el ModFather por excelencia: clásico, icónico, inteligente. Tres palabras que lo definen en su totalidad.
Y por supuesto que quien se atreviera a vestirse con esa distinción y a escuchar esa música también se animaría a bailar. El mod fue un gran bailarín: las discotecas y las salas de baile se llenaban de chicas pálidas, las modettes, con su delineado profundo en los ojos y sus botas Chelsea, esos vestiditos cortos Mary Quant, post beatniks engominados, narcisistas empedernidos, regaban sus noches y conciertos con anfetaminas y no podían parar de danzar.
Ya en Brighton Rock, la novela de Graham Greene -quien no vivó en Brighton pero allí trabajaba- se perfilará la personalidad del mod, pero es la película Quadrophenia (1979) la que mejor homenajeará a esta bendita subcultura. Basada en el título de la ópera rock de los Who del año 73, cuenta la historia de Jimmy. Jimmy es un joven disconforme -cuándo no- que encuentra en un grupo de mods, un espejo generacional, pero Jimmy debe enfrentarse a Kevin, su amigo de la infancia, que queda del lado de los rockers. Se reproduce en Quadrophenia la batalla campal, Jimmy cae preso y todo se desmorona para él a partir de aquí: su novia y su madre ya no lo quieren, su ídolo es un raso empleado de hotel, la fantasía se enfrenta a la realidad y sale disparado en una Vespa robada hacia los acantilados de Brighton. El mismo Sting trabaja en el film.

Todo esto es Brighton: una ciudad costera donde se respira juventud (hay dos universidades de arte allí apostadas). Apenas a una hora en tren desde la capital, la diferencia con Londres es antológica: sus calles limpias, con la gente más amable, la oferta cultural más destacada, el Brighton Pier, uno de los muelles más antiguos del mundo, se enfrenta al West Pier, hoy apenas un esqueleto sin acceso tras el fuego descomunal que lo devoró en 2003. El Royal Pavillion, el Brighton Museum y la Art Gallery, son uno de los paseos más maravillosos para hacer en la zona. La playa, sin arena sino con pebbles, las pequeñas piedras redondeadas, da a un balneario plagado de hoteles y restaurantes. El australiano Nick Cave estuvo instalado por años (recordemos que uno de sus hijos murió tras caer de los acantilados). Se puede ver al Damned Captain Sensible comprando Vegetarian Shoes en esa tienda que hace honor a su nombre en la calle más mod y rockabilly de todas (Gardner St), plagada de tiendas en Queens Road y las entrañables lanes: esas callejuelas donde apenas entra una persona y aún así, llenas de cafés y tiendas que invitan a descansar tras las vueltas de rigor.
El espíritu mod no solo está en las calles de Brighton, los jóvenes han adoptado ese estilismo tan refinado y las Vespas se cruzan en cada esquina. A clavarse la lista mod de Spotify en los auriculares, a calzarse unos dignos zapatos y a recorrer Brighton. Con suerte, como yo, se cruzan a Paul Weller.

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