Para quienes crecimos en los años 60, los Beatles no fueron solamente un grupo musical sobresaliente por la seducción de sus melodías, la conjunción de sus voces o el ritmo irresistible de sus temas. Los Beatles fueron mucho más: se convirtieron en embajadores de una generación que deseaba forjarse una identidad propia y dejar su marca en el mundo. En pleno siglo XXI, su vigencia sigue intacta.
La explosión del rock and roll original, ocurrida en Estados Unidos en los 50, había encendido la llama: Elvis Presley, Little Richard, Chuck Berry y demás pioneros tocaron un nervio sensible en los jóvenes. Fueron catalizadores de un cambio. Ya los adolescentes no serían meras reproducciones de sus padres en escala reducida. Ese fue el primer grito. Nacía una tribu nueva, con sus propios gustos y su propia visión de mundo.
Al concluir los 50, sin embargo, por diversos motivos, la primera generación de rockers se había acallado, pero no la llama del rock, que seguía encendida del otro lado del océano. Los jóvenes británicos crecidos en la posguerra habían tomado ese ritmo y el de sus afluentes naturales, el blues y la música country, y con esa materia prima desarrollaron una nueva movida, que expresaba sus pulsiones, deseos y frustraciones. El rock británico tuvo diversas vertientes, pero en los Beatles se dio una mezcla peculiar de talento, carisma y zeitgeist que conquistó el mundo de una manera impensable hasta ese momento.
Pero más allá de los méritos intrínsecos y evidentes de su música –una amalgama única de estilos donde podía entrar el rock, el pop, el folk, las baladas y hasta temas propios del music-hall inglés– los Beatles encarnaron el símbolo por excelencia de la ola transformadora que protagonizó su generación. Esos “baby-boomers” –jóvenes nacidos de la explosión demográfica ocurrida a fines de la Segunda Guerra Mundial- reclamaban libertad para sus cuerpos, manifestaban en contra del conflicto en Vietnam y en pos de la paz mundial, y exigían voz y voto para decidir sobre su educación y sus proyectos de vida futuros. En definitiva, buscaban dejar su marca en la sociedad y vivir sus vidas libres del temor reverencial a las figuras de autoridad tradicionales.
Lo que a muchos de los que no vivieron la época de los Beatles en tiempo presente les cuesta entender es hasta qué punto los Beatles cambiaron el status mismo de los jóvenes en el mundo actual. Que hoy día cuatro chicos se reúnan en un barrio cualquiera, junten unos pesos para comprar algunos instrumentos y se larguen a tocar rock como si fuera la cosa más natural del mundo, e incluso piensen en ello como una forma de ganarse la vida, no fue siempre así. Como no lo era tener una relación más franca y honesta frente al sexo o el mero sentarse a conversar de igual a igual, de cualquier tema, con tus padres en la mesa familiar. Hay conquistas que, de tan incorporadas que las tenemos a nuestras vidas, nos parece que siempre existieron como un derecho natural. Pues bien, antes de la generación de los Beatles, la cosa era muy distinta.
En aquellos días sin Internet ni comunicación satelital, en que las distancias parecían mucho más grandes, los Beatles unieron las ciudades y los pueblos del planeta con una música irresistible. Su repercusión fue tal que pronto adquirieron el privilegio de una inmediatez de comunicación para sus actos que por aquel entonces solo era facultad de gobernantes, líderes religiosos o deportistas del más alto nivel. Por eso te enterabas al instante, vía United Press o Reuters, de la última declaración de John Lennon o de la salida del nuevo simple de los Beatles y mucho después –y sólo si eras un fanático empedernido- de lo que hacían, pongamos por caso, los Who, los Byrds o los propios Rolling Stones.
Pero además, los Beatles eran inquietos. Surgidos de un medio de clase media baja de Liverpool, una vez que adquirieron fama y su ascendiente popular para ampliar su capacidad de asombro y sus conocimientos. Se empaparon de las ideas progresistas de la época, abrazaron el pacifismo y se interesaron por la meditación y las filosofías orientales, y también fogonearon las nuevas corrientes del arte pop, la literatura y el cine. Usaron su fama para aprender y para expandir su dimensión humana, y no tuvieron ningún reparo en compartir esos descubrimientos con su generación, no solo a través de sus discos sino también de sus declaraciones y apariciones públicas.
En 1966, cuando estaban en lo más alto de su éxito, dieron un paso que muchos juzgaron suicida pero que, en cambio, sirvió para transportarlos a una nueva dimensión: dejaron las actuaciones en vivo -que a esa altura eran ejercicios en frustración, ya que nadie podía escucharlos en estadios enormes con equipos de sonido no aptos para esa función- y decidieron aumentar la apuesta: concentrarse en el estudio de grabación y dedicar todos sus esfuerzos a la exploración y a la evolución musical. El resultado inmediato fueron álbumes como Revolvery Sgt. Peppers Lonely Hearts Club Band. A partir de estos discos fundamentales, los músicos de todas las latitudes, que seguían atentamente los pasos de John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr, comprendieron que el rock ya era otra cosa; que era lícito meter un sitar, un mellotron o una orquesta en un disco de rock, experimentar con diversos estilos y utilizar al máximo las posibilidades del estudio de grabación. Y entonces el rock se puso los pantalones largos y cambió la voz, y en el mundo explotaron Pink Floyd y Almendra, Os Mutantes y Grateful Dead, Los Shakers y Los Jaivas y en todos los rincones del planeta empezaron a surgir bandas de la noche a la mañana. Tras el ejemplo de los Beatles, el rock adquirió carta de ciudadanía universal.
Los Beatles fueron un gran grupo en su momento, pero lo que más sorprende es su vigencia en el tiempo. Algo que volví a comprobar durante las recientes visitas a nuestro país de Paul McCartney y Ringo Starr, al ver la cantidad de jóvenes que consideran su música como algo propio y atemporal, no como la música de otra generación. Y esto quizás pueda comprenderse si tomamos en cuenta que los Beatles no solo le cambiaron la cara al pop de los ’60, sino que fueron, también, una referencia ineludible para las transformaciones musicales que vinieron en las décadas sucesivas, desde el rock progresivo al Britpop, incluyendo el fascinante mestizaje que recorre la música popular en pleno siglo XXI. (Texto publicado en la revista Ultrabrit #4, julio de 2013)