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“GHOSTEEN”: lo último de Nick Cave and the Bad Seeds

Nick Cave culmina la trilogía que inició con “Push the Sky Away” y “Skeleton Tree” con un disco conceptual doble de sonidos minimalistas.

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Ayer, durante la tarde, la cuenta de YouTube de Nick Cave and the Bad Seeds publicó un streaming de “Ghosteen”, el disco doble que la banda había anunciado hace apenas dos semanas, a través de “The Red Hand Files”, el newsletter cuasi-semanal por el que el artista responde preguntas de fans. Al mismo tiempo que su gira “In Conversation”, en la que da charlas, conversa y toca algunas canciones en pianos, “Ghosteen” llega a nosotros de manos de un Nick Cave que nos era completamente desconocido, quizás demasiado cercano, demasiado en contacto, producto imprevisible de un suceso trágico: la muerte de su hijo Arthur, en el 2015.
Con este precedente, a pesar de que “Ghosteen” se anuncia como el capítulo final de la trilogía iniciada con “Push the Sky Away” (2013) y “Skeleton Tree” (2016), resulta imposible no pensarlo como un disco sobre la continuidad de su proceso de duelo. De hecho, dado que no sabemos cuanto de “Skeleton Tree” fue compuesto tras el fallecimiento de Arthur (da la sensación de que, al menos, “Distant Sky”, “I Need You” y “Magneto” tienen que ser obras post-tragedia), no sería raro pensar que “Ghosteen” es Él disco sobre el dolor, o la recuperación de este.

Los posibles indicios no escasean: más allá del título (algunos leen Ghost Teen, “fantasma adolescente”, aunque suena demasiado obvio), hay momentos líricos, especialmente en “Waiting For You” (¿palabras de consuelo a su esposa, Susie Cave?), “Ghosteen Speaks” (“I am beside you, look for me”), “Ghosteen” (“Mama bear holds the remote, papa bear just floats, and baby bear he is gone, gone to the Moon on a boat”) y “Hollywood” (“Kisa had a baby, but the baby died”), que parecen no dejar dudas sobre el anclaje emocional del trabajo, mucho más saturado de más imágenes y referencias cristianas que sus anteriores.
Al mismo tiempo, estas posibles interpretaciones pueden dejarse de lado y dar paso a un disco que sí es la culminación del trabajo iniciado en “Push the Sky Away”. Detrás de los sonidos que jocosamente pueden asociarse a Enya, o que más seriamente pueden verse influenciados por Brian Eno, la música de “Ghosteen” es el paso siguiente a dar después de “Skeleton Tree”. La mayoría de la instrumentalización es reemplazada por sintetizadores y loops electrónicos de Warren Ellis, que dejan cada tanto lugar a un piano, ahogadas percusiones o tímidos rasguidos de guitarra, mientras que Cave parece cada vez más cómodo recitando en vez de cantar, aunque sorprende ejerciendo un agudo falsetto que le creíamos imposible. La pieza de spoken word en el segundo disco “Fireflies” es una descendiente directa de “Jesus Alone” y destaca por su frágil solidez cuando pasa a través de los sentidos: podría ser un punto alto en un hipotético futuro show de los Bad Seeds. La fortaleza de Cave narrando el dolor, la fe o la destrucción, con tenues sonidos de fondo, es algo que difícilmente puede ser superado o comprendido por otro artista.
Cualquier conocedor del cine pop, o de la épica y la ciencia ficción, o de la narrativa en general, sabe que lo más común es que las trilogías comiencen con una entrega en la que se asientan las reglas generales y la trama a desarrollar; luego un segundo momento en el que se quiebra la trama, con sucesos inesperados y mayor oscuridad; y un tercer episodio en el que se vuelve a los orígenes, al mismo tiempo que los personajes lidian con las consecuencias de la violencia inexplicable, la crudeza visceral, de la parte intermedia. Quien quiera leer “Skeleton Tree” y “Ghosteen” como los inesperados trabajos de un hombre abatido por la tragedia, seguramente podrá hacerlo. Pero también esto mismo fortalece el concepto de trilogía que Cave había vaticinado, sin poder imaginar lo que le esperaba, cuando grabó el excelente “Push the Sky Away” hace seis años y asentó las bases, al menos en las formas y la técnica, de los siguientes episodios de su trilogía.

De no ser porque suena imposible pensar en un Nick que vive sin escribir y por la excesiva vitalidad de los miembros de The Bad Seeds (y los recuerdos de Grinderman que Warren Ellis ha decidido compartir recientemente en su Twitter) “Ghosteen” podría funcionar también como un disco de despedida, en la línea de “Lazarus” de David Bowie y “You Want It Darker” de Leonard Cohen. Tanto “Leviathan” como “Hollywood” podrían ser el cierre de una magnifica carrera y una persona de estatus legendario. Así, “Ghosteen” puede ser un segundo momento en el duelo, el final de una trilogía o la culminación de una obra de tres décadas. Y es posible que sea mucho más, también.
Si esperan la vuelta de un Nick Cave ochentoso, o noventoso, más agresivo y dinámico, cantando sobre asesinatos o sobre copas de whisky, tendrán que seguir esperando. Quizás el tercer disco de Grinderman, que parece inevitable, represente ese retorno, o quizás el proyecto que los Bad Seeds encaren concluida esta trilogía de los 2010 se acerque más a estos anhelos. Aunque lo más probable es que, sea cual sea el próximo paso de Cave, no será nada que sus seguidores estén esperando. Por eso es que lo siguen, después de todo.
Es difícil abarcar todo lo que puede llegar a implicar cada nuevo capítulo en la obra de un artista como Nick Cave. Marcado por lo performativo, lo teatral, que se ha desnudado por completo, por decisión y por eventos externos a él, descomponiéndose, transformándose y deshaciéndose dentro y fuera del escenario, dejando explotar en mil pedazos a su música, su sonido, su escritura, y convirtiéndose actualmente en una voz etérea que resuena entre sonidos extraterrestres al mismo tiempo que es una tipografía que contesta newsletters.
Ante la fuerza de su voluntad, tenaz en mantener en movimiento a la criatura atormentada que la contiene, solo queda algo por decir: push the sky away Nick!

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