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A 46 años de The Dark Side of the Moon: Una inflexión hacia adentro y hacia afuera

Si bien la obra representó el final de una etapa de la Banda, por el alejamiento de Barret y un cambio de visión estética, marcó la historia de la música universal al expresar tan genuinamente las ansiedades que aquejaban a la sociedad.

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El domingo 24 de marzo se cumplieron 46 años del álbum The Dark Side of the Moon y no caben dudas de que la obra de Pink Floyd marcó un quiebre en por lo menos dos sentidos: avizoró la transformación estética de un rock progresivo británico atrapado en los años ’60, y también significó el divorcio final del grupo del fantasma de Syd Barrett.
A excepción de la canción final «Eclipse» -que se compuso más tarde- The Dark Side of the Moon tuvo su audiencia en el Rainbow Theatre de Londres, en febrero de 1972, un año antes de que se lanzara el álbum en los Estados Unidos el 17 de marzo de 1973 y el 24 del mismo mes en el Reino Unido. La fecha de lanzamiento pareciera ser objeto de disputa ya que, tanto el 17 como el 24, cayeron sábado en aquel año. Independientemente de esta discrepancia anecdótica, la irrupción de The Dark Side of the Moon plasmó un movimiento centrípeto, hacia el interior de la banda, pero también centrífugo, en la escena pop británica de principios de los ‘70.

El fantasma de Syd Barrett

Los excesos y la locura propia de los genios habían alejado a Syd Barrett, cantante y compositor original de Pink Floyd, de sus compañeros. “El grupo no hubiera sucedido sin él, pero, por otra parte, no hubiera continuado con él” sostuvo oportunamente el propio Roger Waters.
Casi seis años y varios álbumes separan a The Piper and the Gates of Dawn de The Dark Side of the Moon, tiempos en los que Pink Floyd parecía a la deriva, incapaz de hallar el rumbo que lo ponga a la altura de las expectativas que supo generar durante sus comienzos psicodélicos.
Si bien, para muchos músicos (como David Bowie), nunca recuperaron esa innovación y excitación salvajes, los Pink Floyd se encontraban en la encrucijada de reinventarse o quedar eclipsados para siempre por la figura espectral de Syd Barrett.
Musicalmente, la Banda post Barrett se encontraba en una disyuntiva que tenía tres aristas fundamentales: por un lado, la canción, indudable herencia de su período psicodélico pero para la cual, tanto en lo que hacía a líneas melódicas como a imaginación lírica, habían perdido a su artífice principal; los coqueteos con la música pop y un catálogo completo de efectos especiales a diseñar; y finalmente las texturas instrumentales superpuestas -que por momentos los hallaba más preocupados por el sonido que por la composición- articuladas en una gran arquitectura que irían perfeccionando con el correr del tiempo.
De tal modo, los Floyd se aventuraban al abandono de la psicodelia que los había visto crecer para abrazar un pop progresivo que no contaba con demasiados precedentes. Una manera de sacudirse el yugo de Syd Barrett, pero también de cultivar un nicho propio en la escena pop, ya que la progresiva que inauguraron con Meddle y, fundamentalmente con The Dark Side of the Moon se parecía poco a la de las bandas sinfónicas más populares del momento.
La reinvención liderada por Roger Waters

The Dark Side of the Moon fue diseñada como una obra integral, y en ese sentido, exigía de los músicos un considerable virtuosismo para el cual ningún miembro de los Floyd estaba preparado. Los aspectos armónicos y rítmicos del grupo se comparaban desfavorablemente con la exuberancia de los pasajes interminables de Yes, Jethro Tull, King Crimson, Van der Graaf, Emerson, Lake and Palmer, entre otros.
Pero lo que Pink Floyd perdía en “complejidad sinfónica”, lo ganaba en accesibilidad pop, enmarañada en una madeja de texturas (como consecuencia del uso de técnicas avanzadas que incluyeron grabación multipista, bucles de cinta y sintetizadores analógicos) que los volvía distintivos. El productor Alan Parsons fue responsable de muchas de esas cuestiones.
Como es sabido, el conceptualismo pop inglés tiene sus raíces en las art schools, populares entre los jóvenes de los años ’60, y tuvo en The Who Sell Out y el mismísimo Sgt. Pepper’s sus modelos más tempranos. Esta tradición, que hacía de la ironía y de un agrio sentido del humor su principal bandera (algo para lo cual el universo barrettiano se perfilaba mejor), parecía no encajar bien con la seriedad que buscaba imprimirle Roger Waters, quien había decidió liderar la transición. Sin embargo, las obsesiones de este Floyd maduro pueden leerse como la inversión de esa tradición, a partir de un movimiento que demuestra de manera concreta el cambio de talante de la sociedad británica: del regocijo despreocupado de los ’60 a las desilusiones y los pronósticos desalentadores de los ’70.
Las preocupaciones de Roger Waters pueden apreciarse, pues, como un fresco porque The Dark Side of the Moon fue el álbum en el cual se apropió decididamente de Pink Floyd, no solo como vehículo de sus ambiciones conceptuales sino también como portavoz de su cosmovisión personal.
Waters quería alejarse del enredo psicodélico, de los cantos extraños y misteriosos. Él mismo lo admitiría: “esa siempre fue mi gran lucha en Pink Floyd: escaparme de los bordes del espacio, de la extravagancia en la que estaba Syd hacia mis inquietudes, que eran mucho más políticas y filosóficas”.
Sin embargo, la ambigüedad ideológica de Waters sería una de las tantas manifestaciones de cierta contracultura progresista nacida en los ’60 que encontraba la finitud del sueño socialista, cuyo individualismo y desprecio por el common man no contradecía esencialmente las ilusiones de una nueva derecha conservadora que comenzaba a hegemonizar el escenario político, y que terminaría por allanar el camino de Margaret Thatcher al poder.
Hanging on in quiet desperation is the English way

La gestación de The Dark Side of the Moon, a lo largo de 1972, acompañó la irritación creciente de una sociedad británica que contemplaba con pavor cómo se desmoronaban sus convicciones más preciadas.
Una nueva legislación industrial, acompañada por una política presupuestaria inflacionaria, por el congelamiento de precios y salarios, y por el aumento indiscriminado del gasto público, fueron los vestigios de un Estado de Bienestar en descomposición.
Con todo, se buscaba impulsar el crecimiento industrial a cualquier costo con la esperanza de recomponer de forma acelerada la competitividad en el contexto del ingreso del Reino Unido al Mercado Común Europeo (organismo regional que avanzó hacia la actual Unión Europea).
Hacia enero de 1972, el desempleo superaba el millón de personas, la modernización impulsada por el conservador Edward Heath se escurría ante la escalada de huelgas y disputas legales. Los trabajadores se levantaban contra la pretensión del oficialismo de quebrar el poder de los sindicatos: en marzo, a menos de dos meses de la masacre de Bogside en Derry, conocida como el Bloody Sunday, el gobierno se hacía cargo del control político del Ulster, una decisión que provocó la pronta reacción del IRA de llevar la guerra civil irlandesa a las calles de Inglaterra.
De tal modo, The Dark Side of the Moon fue una expresión de las ansiedades que aquejaban a la sociedad: alienación (“Speak to me”; “Brain damage”), paranoia (“On the run”), codicia (“Money”), desidia (“Breath”, “Time”), violencia (“Us and them”).

Atravesados por este contexto, los Pink Floyd culminaron un proceso de reinvención que, no solamente permitió su madurez a partir del alejamiento definitivo de la sombra de Syd Barrett, propulsándolos al panteón del rock a nivel mundial, sino que fue, a su vez, una expresión concreta de la decadencia de la escena pop progresiva británica de principios de los ’70, cuyas principales bandas difícilmente sobrevivieron al transcurso de la década por la imposibilidad de reformular los principios básicos sobre los cuales se sostuvo la psicodelia de los años ’60.

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