A 30 años del debut en obras, CJ y Richie Ramone reviven la fiebre y vuelven a copar las calles porteñas en un recital homenaje que se vivió a puro punk rock.
Se abre el telón y la locura «ramonera» estalla una vez más. Cómo esa primera vez hace 30 años, la multitud se agita y canta. Empujones y saltos marcan el compás de un romance que continua en el tiempo y que atraviesa generaciones enteras. Son décadas de espera: para algunos será revivir un momento que marcó su vida, para otros su primera vez. El show está por comenzar.
La historia arrancó ese mítico 4 de febrero de 1987 y fue amor a primera vista. Ese día, unos 5 mil jóvenes inundaron Obras Sanitarias y dejaron en claro que existía un mundo al cual revelarse. El desborde fue tal que muchos otros chicos se quedaron en las puertas del estadio esperando entrar. Fue el único concierto que dieron Los Ramones ese año en el país y muchos lo recordarán hasta después que la vejez los deje sordos.
De aquella fecha a hoy sólo uno de sus integrantes sigue con vida. Joey, Johnny y Dee Dee fallecieron en un periodo de 3 años (del 2001 al 2004) y fue Richie quién dio pie a que se pudiera hacer este homenaje. Junto con Cj, bajista de la banda en todas las demás presentaciones en Argentina, están a punto de tocar la exacta lista de temas del ’87 con algunos aditivos. Es el primer encuentro de ambos y el escenario se completa con Mariano Martinez, el guitarrista de Ataque 77 y Sebastián Expulsado como vocalista.
Fotos: Christian Pettinicchio
Dos horas antes del comienzo del show Rivadavia ya es un desfile de remeras. Vestidos con frases como «Hey ho let’s go», «CBGB» y la infaltable con el símbolo del águila, los fans se adueñan de las calles de Floresta. El bar de la esquina y el supermercado de la cuadra del Teatro Flores rebalsan de gente tranquila, dispuesto a pasar una fecha para festejar.
De aquel caótico Obras no todo es igual, ya no son sólo adolescentes los que se abocan en la fila para entrar al recital. Hay grupos de treintañeros, hay de cuarenta, padres con hijos, parejas y un montón de pibes más chicos también. Atrás quedaron el quilombo y la destrucción punk de otros tiempos, como esa tarde del ’96 que una promoción para canjear entradas terminó en una batalla campal en pleno Florida y Lavalle.
Los músicos están por salir cuando una especie de video-documental se proyecta en la pantalla de fondo al escenario. Se muestran fragmentos del último Obras con entrevistas a Richie y CJ; y partes del recital. «¿De dónde sale esa gente, en dónde viven?», se pregunta una voz en off que concluye con un: «Somos una familia feliz». Un tambor repiquetea y salen los artistas. La gente se avalancha cuando escucha el esperado «Durango 95».
La humedad es tanta que casi que se respira agua. Pero no importa, la sala está llena y la alegría sale por los poros que transpiran punk verdadero. Seba Expulsado, lookeado con chupín y campera de cuero posa en una fiel imitación de Joey que le merecería el apellido Ramone y acompaña con la voz. Mariano Martinez impecable con la guitarra se une a un Cj enérgico y a Richie con tempo perfecto. Parece un espejismo pero no. Son los nuevos Ramones tocando para un teatro repleto.
Una canción se va hilando con otra, Cj pega un salto y empieza «Rock ‘N’ Roll High School». Así, siguen sonando los clásicos de la banda como «I wanna be sedated» y «Shenna is a punk rocker»; sin conversación, sólo música. Pese a no estar en la lista los temas «I wanna be live», «Pet Semetary» y «Rockaway Beach» se escucharon a todo volumen.
Después de un pequeño intervalo, la banda vuelve a salir y Cj grita: «Es Richie Ramone el que esta ahí». El público ovaciona. Es el final. Los jóvenes se empujan y se mezclan en el pogo de siempre al sonido de los últimas dos canciones «California Sun» y «We ‘re a happy family». El pacto se sella con una foto de los cuatro con el público de fondo. Ahora sí, felicidad completa.
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