“Presentismo” y “retromanía”: La encrucijada del pop y el rock de nuestros tiempos
Desde los años ’70, el punk gestó su identidad alrededor de una premisa fundamental que se desprendió del contexto histórico particular: No future. Este espíritu se proyectó de manera sombría en el desarrollo posterior de la cultura pop y rock en consonancia con la decadencia de la idea de progreso que había predominado en los años centrales del siglo XX.
El historiador François Hartog acuñó la categoría de “régimen de historicidad” para dar cuenta de la forma en que se articulan pasado, presente y futuro en una sociedad determinada. En ese sentido, sitúa el nacimiento del régimen moderno de historicidad a finales del siglo XVIII, a partir de la Ilustración y la Revolución Francesa. Este régimen está caracterizado por concebir al tiempo como “progreso”, es decir, como una “flecha” que avanza en línea recta de izquierda a derecha y cuya nota principal es la irreversibilidad.
Desde finales de los ‘80, a partir de un acontecimiento trascendental que fue la desintegración de la URSS, se habría vuelto hegemónico en el mundo occidental un nuevo régimen de historicidad caracterizado por la fijación en el presente. Según el autor, el “presentismo” vino a reemplazar al régimen moderno de historicidad. A diferencia de la orientación “futurista” de la modernidad, el régimen presentista ensancha el presente hacia adelante y hacia atrás, es decir, lo extiende hacia el pasado y hacia el futuro.
El pasado como fuente de autenticidad
La segunda mitad de los ’70 fue hegemonizada por la escena postpunk que, a pesar del rótulo recibido, convivió con el movimiento que le imprimió su identidad en una imbricación de ética DIY, autogestión, un oscuro pop electrónico y la simplicidad de la composición punk. Posteriormente, durante los ’80 con la new wave, y los ’90 con las rave, la autenticidad con que el campo del pop y del rock se autodefine encontraba cada vez menos recursos mirando hacia un futuro que se sumía en la incertidumbre.
En este contexto, en que el presentismo implica una articulación del tiempo en la que el presente se torna hegemónico frente al pasado y al futuro, el crítico Simon Reynolds sostiene que los primeros años del siglo XXI resultaron ser una década “re”. Los dos mil estuvieron dominados por los revivals, las reediciones, los remakes, la retrospección. En ese sentido, la palabra “retro” tiene un significado específico: refiere a un fetiche autoconsciente por la esterilización de un período -en cuanto a música, ropa y diseño- que se expresa creativamente a través de la apropiación y la imitación. Pero el uso de la palabra decantó, de una manera mucho más vaga, en todo aquello que está relacionado con el pasado reciente de la cultura pop.
De acuerdo con esos usos y abusos del pasado reciente en la cultura pop, este fenómeno incluye cambios profundos en el consumo de música como consecuencia de la innovación tecnológica y la irrupción de Internet (a través de plataformas como You Tube, Spotify, ITunes, etc.) que no solamente permiten disponer de todo un archivo colectivo, sino que incluso nos permite decidir el orden en que vamos a escucharlo. Por otro lado, la presencia cada vez mayor de artefactos culturales que regresan en forma de moda vintage, como los discos de vinilo, y el retorno de viejas bandas que se reúnen luego de largos años para grabar un nuevo disco o realizar una gira de despedida definitiva parecen dominar la escena actual. Proyectando un pasado mejor a través del futuro
Esta particular mirada nostálgica habilitó, a su vez, la supervivencia y reformulación de esos elementos estéticos de la mano de músicos jóvenes en un contexto en que la ética DIY, la autogestión y la omnipresencia de Internet democratizaron el acceso a la grabación, circulación y reproducción de la música. Como vimos anteriormente, esta tendencia se proyectó en nuestro país fundamentalmente a través del indie y, posteriormente, el trap. Pero las nuevas escenas, que son propias de la generación millennial criada en los primeros años del siglo XXI, se presentan como un espacio sumamente heterogéneo, en el cual conviven elementos del pop, del rock, del rap y de la electrónica de manera bifurcada ante un futuro que se presenta esquivo.
Efectivamente, el predominio del presente redirecciona hacia atrás las esperanzas que antaño eran depositadas en el futuro, y obliga a los artistas a reformular los elementos éticos y estéticos de un pasado que convive con nosotros. Según el filósofo Giorgio Agamben, se es verdaderamente contemporáneo cuando no se coincide a la perfección con él; esta inadecuación hace que sea más factible percibir el propio tiempo puesto que quienes concuerdan plenamente con su época, en general, no consiguen verla plenamente. De tal modo, los artistas realmente contemporáneos son quienes logran destacarse en la escena actual porque pueden percibir en su tiempo no las luces sino las sombras, las tinieblas. Y para hacerlo se requiere neutralizar los destellos que emanan de él.