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And Now For Something Completely Different: Monty Python’s Flying Circus

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En 1990, la reconocida comediante inglesa Margaret Thatcher hizo descostillar a su público (legisladores conservadores) al burlarse del partido rival, el Liberal Democrat Party que había adoptado como su nuevo símbolo a un pájaro. “Este es un ex-loro”, dijo, “No está meramente aturdido, ha dejado de existir; ha expirado, y subido a conocer a su Creador”. Su público, poco exigente es cierto, festejó con largos aplausos la ocurrencia guionada por sus asistentes. Pero Mrs. Thatcher probablemente fuera de las últimas personas en su país que aún no conocían el origen de la cita: el ya clásico sketch del Loro Muerto del programa Monty Python’s Flying Circus, en el que un cliente insatisfecho de una tienda de mascotas intenta sin éxito que le permitan devolver el loro muerto que le habían vendido. De hecho, cuentan que poco antes de salir la Dama de Hierro a dar su discurso, preguntó dubitativamente: “Este Monty Python, ¿están seguros que es uno de nosotros?”; su asistente, ante la falta de tiempo para explicarle, usó toda su flema inglesa para responderle, “Yes, Prime Minister”.
La respuesta correcta hubiera sido un rotundo “No”. Si algo caracterizó a este programa de TV con el que nació la troupe de Monty Python fue crear humor a partir de la exposición de la ridiculez intrínseca de las instituciones políticas, sociales, morales, e incluso televisivas, que habían sido pilares de la Gran Bretaña de posguerra.
Claro que el tiempo y el éxito terminaron convirtiendo a los seis comediantes en próceres del humor inglés. El sketch del Loro Muerto es solamente uno más en la larga lista de frases, dichos, chistes y referencias creados por los Python que ya forman parte de la cultura popular anglosajona.
¿Cómo llegó a expandirse de manera semejante un humor tan absurdo, surrealista y tenaz en su decisión de no recostarse en ninguna fórmula conocida? Nadie hubiera podido predecir semejante éxito cuando la BBC emitió el primer capítulo del Flying Circus un domingo de octubre de 1969 a las once de la noche. El inadvertido público de estudio que debió grabar sus risas en esos primeros episodios se destaca por un desorientado silencio en muchos momentos que debían resultar graciosos. En sus emisiones iniciales el show pasó casi sin hacer ruido pero a medida que avanzaba la serie de trece episodios, el boca a boca y las reseñas positivas fueron evidenciando que algo raro estaba pasando en ese horario casi descartable de la vieja y querida BBC. Para el final de la primera temporada, el show ya era sensación.
LOS ORÍGENES
El fenómeno Monty Python es el resultado del encuentro entre dos pilares de la cultura británica, la BBC y el eje universitario OxCam, por Oxford y Cambridge, donde estudiaron todos sus integrantes (excepto por el norteamericano Terry Gilliam). Ambas universidades tienen una tradición de teatro estudiantil; la Footlights Revue de Cambridge fue donde dieron sus primeros pasos John Cleese  y su socio creativo Graham Chapman, además de Eric Idle, quien aportó también su talento para componer piezas musicales a medida para el grupo. De Oxford provenía la otra pareja de escritores: Michael Palin, el actor más versátil, y Terry Jones, quien debe haber pasado más tiempo en pantalla vestido de mujer que de hombre. Todos ellos eran admiradores del humor revolucionario de The Goon Show, programa de radio pionero de donde surgió Peter Sellers.
Los cinco futuros Python dejaron sus estudios universitarios al ser convocados por el ascendente conductor David Frost para su nuevo show The Frost Report. De ahí surgieron varios otros programas de breve vida entre los cuales se destaca el infantil Do Not Adjust Your Set, en el que se les unió con sus animaciones surrealistas el futuro director estelar Terry Gilliam. En ese entonces, Gilliam recién iniciaba un autoexilio voluntario de su Estados Unidos natal donde había conocido a Cleese trabajado en una delirante fotonovela en la que el inglés desarrollaba una obsesión sexual por una muñeca Barbie. Cuenta Eric Idle que al ver llegar a Gilliam vestido con todos los atavíos del joven contracultural de la época fue “amor a primera vista: me enamoré perdidamente de su abrigo afgano”.
Finalmente, les llegó una propuesta de la BBC para combinar los talentos de los seis en un nuevo programa. Bautizarlo no fue fácil; consideraron opciones como “Sex and Violence”, “La hora de estiramiento del búho” o “Bun, Wackett, Buzzard, Stubble and Boot”, como un falso estudio jurídico; también amenazaron con cambiárselo cada semana. Mientras se decidían, la BBC ya había adoptado Flying Circus para su uso interno así que se vieron obligados a incorporarlo. Tras mucho debate se llegó a Monty Python por sonar suficientemente ridículo, como el nombre de algún representante de artistas de baja calaña. No tenían cómo imaginar que serían conocidos de esa manera por el resto de sus vidas.
LOCOS DE REMATE
Las cuatro temporadas de Monty Python’s Flying Circus, emitidas entre 1969 y 1974, dejaron un legado innovador en la televisión. Acompañando al mandato de la época de romper con lo heredado, decidieron dejar de lado los recursos más repetidos de la comedia en sketches. Y en esta guerra contra las convenciones humorísticas, la primera baja fue el remanido remate. Fueron muy diversas las maneras que fueron encontrando para evitar lo que consideraban un cierre forzado y a menudo decepcionante. A veces, la transición entre una situación y la siguiente era simplemente abrupta (dice un personaje en un restaurant, “Este es el sketch más tonto en el que haya estado”, para luego marcharse). Otro recurso muy frecuente fueron las animaciones de Gilliam, un collage visual que podía incluir obras clásicas de la pintura descuartizadas, o imágenes de los mismos personajes que acababan de quedarse sin sketch. Pero lo que le dio al show su identidad característica fue el uso de la asociación libre, tomando la última idea recién presentada y sacándola a pasear por cualquier lugar inesperado.
A lo largo del programa crearon múltiples dispositivos recurrentes para pasar a otra cosa, como el locutor de Cleese que, vestido de smoking y sentado en un escritorio ubicado en algún lugar improbable, anunciaba: “And now for something completely different” (y ahora por algo completamente diferente). Los personajes a los que se les acababa la gracia o quedaban atrapados en un loop sufrían distintos destinos crueles; podían ser liquidados por un yunque de 200 toneladas que caía del techo, o ser golpeados por una gallina de goma blandida por un caballero en armadura, que se retiraba en silencio una vez cumplida su tarea. Y siempre estaba latente la amenaza de que regresara el coronel de Chapman a interrumpir el show en nombre del sentido común y la decencia, escandalizado por la falta de normalidad en todo esto.
También se divirtieron con las marcas del formato televisivo en general. La pobre cuarta pared fue demolida una y otra vez (“El público promedio no va a entender esto”, dice un mafioso obligado por el coronel a abandonar su sketch por la mitad). Pero uno de sus mayores placeres era jugar con las percepciones y expectativas de los televidentes, buscando obligarlos a revisar los horarios de la guía de TV o el canal que estaban sintonizando. Cada vez fueron tardando más en mandar los créditos de presentación. Abrían con el logo de la ITV, la emisora privada y único rival de la BBC; o montaban una falsa presentación de una película de piratas, con créditos apócrifos completos y todo, de varios minutos de duración. Un episodio transcurría bajo la premisa de que la BBC se estaba quedando sin fondos, por lo que toda la programación se había mudado a un pequeño departamento, y los sketches iban perdiendo vestuario y escenografía, embargados por sus acreedores.
Pero ¡cuidado! que todos estos análisis posteriores no den a los no iniciados la impresión de un show intelectualoso o elitista. Es cierto que su educación universitaria les servía de material y sustento (“Los mineros galeses en huelga se niegan a regresar al trabajo hasta que la patronal defina qué es una metopa del entablamento dórico”). Pero el único requisito que debía tener un sketch para ser aprobado en las reuniones de lectura grupal era el de hacerlos reír. Y muchas veces eso significaba ser infantiles, escatológicos, libidinosos o simplemente bobos. De todas maneras, este humor cualquierista no era ni es para cualquiera y como todo fenómeno de la cultura popular tienen sus fervientes detractores.
VIRALIZACIÓN DEL CIRCO
Si había algo en lo que todos los involucrados estaban de acuerdo era que el humor del Flying Circus era de una idiosincrasia exclusivamente inglesa. Tantos hombres pusilánimes que no se animan a incomodar a quien se está abusando de ellos, tanta referencia a figuras medievales, tanto acento regional, dejaban clausurada cualquier puerta hacia el mercado de la tierra prometida norteamericana. De todas maneras, los Python accedieron a regrabar para el cine una selección de sketches de las primeras dos temporadas del show para su presentación en Estados Unidos pero fracasó.
Fue recién en 1974, durante la cuarta y última temporada del show (ya sin John Cleese, quien se había aburrido durante la tercera), que una emisora no comercial en Texas emitió la primera temporada del Flying Circus. El éxito que tuvo llevó a que lo levantaran también muchas otras emisoras de las llamadas “públicas” (es decir, financiadas por medio de donaciones sin avisos). Al año siguiente, la gigante ABC emitió un especial de hora y media con tres episodios estreno en USA, pero con tanta edición, censura y omisión, que Terry Gilliam le hizo juicio al año. De hecho, su victoria en ese litigio sentó un importante precedente legal sobre los derechos artísticos del autor sobre su obra. Pero para entonces, los cines habían estrenado Monty Python and the Holy Grail y Estados Unidos cayó rendido ante el humor pythonesco.
Y así fue como el virus del humor absurdo de pura cepa británica salió del laboratorio de la mítica BBC de los 60 para dar la vuelta al mundo. Claro que a esta altura ha perdido mucho de su aura de peligro: desde hace unos pocos años, se incluyen algunas preguntas sobre Monty Python dentro del exigente cuestionario general sobre la vida en el Reino Unido que debe aprobar cada extranjero aspirante a adquirir la ciudadanía británica. Ah, esto sí que le habría gustado a Maggie.
(Texto publicado en junio de 2013 en la revista Ultrabrit #5. Podés comprarla en MercadoLibre haciendo click acá)

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