Seguinos en

En Vivo

David Gilmour en el Hipódromo de San Isidro: El mensajero del buen gusto

Publicado

el

Foto: Gentileza Ramiro Gómez / Télam
Primero, un poco de información dura sobre el concierto de David Gilmour, quién se presentó el viernes en el Hipódromo de San Isidro.
El 18 de diciembre de 2015, el músico británico llegó a la Argentina y tocó ante 70.000 personas, lo que representa un record dentro de su actual Rattle That Lock Tour.
Dave fue la voz principal de Pink Floyd, y su guitarra ha sido elegida por muchos, dentro del top five de la historia del Rock.
Su show empezó media hora más tarde de lo pactado, ya que el arribo al enorme predio por parte de miles de personas, se vio demorado debido a la masiva circulación de vehículos hacia el lugar del concierto. Eso, sumado al tránsito previo al fin de semana hacia countries y quintas de la zona norte del Gran Buenos Aires, más el habitual pandemónium que significa trasladarse hacia esa zona como cada día.
En el espectáculo no hubo grandes sorpresas: la misma genial pantalla redonda que usa desde hace décadas, ya sea en las últimas giras de Pink Floyd o en sus anteriores giras solistas y no mucha tecnología más desde lo visual. Además, tocó varias de las canciones clásicas que suele replicar en todos sus shows.
Entre los 20 temas ejecutadas (21 si consideramos el reprise de «Breath» como uno extraído de «Time»), se encuentran siete que representan más de la mitad de su último disco solista, Rattle That Lock, más uno de su anterior On An Island; el resto fueron de Pink Floyd.
Y no, dicho sea de paso, Pink Floyd no se reunirá más: realmente Gilmour no desea la reunión ni la necesita ni artística, ni comercialmente. Periodistas y fans, dejen de preguntárselo.
De las canciones de Floyd, hay una de su debut, incluso de cuando David aún no estaba en el grupo -“Astronomy Domine”-, una de Atom Heart Mother (Fat Old Sun), tres de Dark Side Of The Moon –si tomamos a “Time / Breathe (reprise)” como una–, dos de Wish You Were Here, dos de The Wall, una de A Momentary Lapse Of Reason y dos de The Division Bell.
Además de nuestra estrella en guitarra y voz, la banda estuvo conformada por Phil Manzanera en guitarras varias, Guy Pratt en bajo y voz, Jon Carin en teclados, guitarras, voces; Kevin McAlea en teclados, Steve DiStanislao, batería y percusión, el brasilero João Mello en saxo, y Bryan Chambers y Lucita Jules en los coros.
Ahora sí, cumplido con el compromiso en el suministro de la mínima información requerida, vamos a lo realmente trascendente:
El show fue inolvidable, mágico, emocionante, relajante, hipnotizante.
Y a pesar de lo que me recomiendan siempre que escribo este tipo de reseñas, a partir de aquí debo relatar en primera persona. Tengo que escribir desde el sentimiento que me provoca la belleza de la música disfrutada y de esta actuación y me despojo del traje del mero cronista.
David Gilmour no solo es uno de los guitarristas más formidables de la historia, puede que sea el más excelso en cuestiones de buen gusto: no solo sus canciones son un terciopelo cuyo roce tranquiliza, sino que, paradójicamente, cuando sus solos llegan, son como estiletazos que cuentan con ovación propia. Todos los que alguna vez fuimos a las misas que son sus recitales, estamos esperándolos, para derrertirnos, para flotar, para cantar sobre ellos. Cada segmento de música inmaculada, ingeniosa, calma chicha, es sacudido por esos punteos cual bisturíes que llegan para estremecernos sin sangrar. Ni lastimar. Para curar.
¿Quién puede permanecer indemne ante esas cuatro notas colosales, como son las del canto a Syd Barrett? Me estoy refiriendo a esas que impregnan la maravillosa “Shine On You Crazy Diamond”. “Shine On” llega tras la composición del mismo Syd, “Astronomy Domine” –que abre el segundo segmento de la noche–. Noche que había comenzado hora y media antes, casi como una sutil plegaria salida de la guitarra de Gilmour con “5AM”. A esta altura estamos pasando de un momento culminante a otro. Y esas notas de “Shine On”, son un ejemplo claro, clarísimo, de que menos es más. Solo cuatro notas, pero el placer es infinito.
¿Quién no se deja arrastrar por la belleza de “Wish You Were Here” y esa letra tan poética, que te invita a pensar en qué lindo sería que aquellos que no están y que sinceramente extrañás, realmente pudieran estar ahí con vos?
¿Quién no va a tararear el riff de “Money”, si es como un parche que se te pega en el pecho –desde su potencia, desde su ingenio– y palpita ante cada latido de tu corazón?
O cómo no lagrimear con la épica “Us And Them”, que penetra delicadamente a “Money”, y en la cual de alguna manera –y estos son gustos personales– anoche se extrañó muchísimo el original saxo de Dick Parry.
¿Quién no imagina una campiña florida y soleada, cuando las campanas y el estribillo de “High Hopes” te trasladan casi cinematográficamente hacia una? ¿Quién puede no exclamar de un gozo orgásmico cuando la noche se va con los solos de “Comfortably Numb”, para muchos los más excelsos jamás escritos?
La noche acaba, y no es casualidad que lo haga de esa forma. La noche termina, estrellada, extrañamente fresca por ser diciembre, y a la vez tan cálida. Cálida estilo Gilmour, claro.
El concierto del viernes tuvo clásicos, canciones nuevas que no desentonan con ellos, una ejecución soberbia de todas ellas y la voz ya frágil de Dave flotando sobre todo eso. Sin sorpresas. Solo confirmaciones de años y años de imaginar lo que finalmente tantas decenas de miles, pudimos vivir una noche en un hipódromo.
Invocando nuevamente a “High Hopes” (Grandes Esperanzas), con artistas como David Gilmour, el pasto es más verde, y la luz cada vez más brillante.