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Slipknot en GEBA: Cuando el heavy metal admite caretas

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Es curioso que la introducción al show de Slipknot sea «Running with the Devil» de Van Halen, un ícono del hard rock de los 70, porque es mucho lo que le deben a aquellos referentes. Aunque bandas como Kiss, o Alice Cooper, ya lo inventaron todo cuando se trata de parafernalia y alusiones demoníacas, Slipknot rebautizó el shock-rock en el tercer milenio con nueve máscaras terroríficas que convierte en su sello personal y ha escalado muchísimo desde sus inicios en 1995.
Un tradicional telón rojo, poco visto en el Estadio GEBA, da la bienvenida a un espectáculo más teatral que musical, o cuanto mucho, con ambas cualidades definitivamente indivisibles.

La cabeza de una cabra satánica enmarcada por dos lienzos que exhiben la contratapa del último disco .5: The Gray Chapter (que muestra una persona, probablemente mujer, con un disfraz de esqueleto), ofician de entrada al infierno. Sobre la suerte de escalera que conduce a ese portal,  la batería, una de las dos piezas fundamentales en los engranajes de Slipknot, se encuentra en el centro. La voz Corey Taylor, es, claro, la segunda pieza clave.
“Sarcastrophe”, “The Heretic Anthem” y “Psychosocial” conforman el primer bloque. Una seguidilla de piezas enérgicas, con el sentimiento agresivo de la vieja escuela, que justifican la presencia de 9 músicos en un escenario y el eterno rechazo de la formación típica del género. Se disponen de forma simétrica, todos visibles, con sus diferencias y sus individualidades. Los percusionistas sobre plataformas levadizas a cada extremo, los guitarristas más hacia el centro, el bajista un poco hacia atrás (uno de los dos nuevos miembros que, según el líder del clan, todavía no se gana su puesto definitivo). Más atrás y más arriba, DJ y tecladista encuentran su sitio.

Aunque cada uno de ellos hace valer su propio papel, Taylor no necesita de una posición destacada, ni una máscara colorida, para erigirse como el anfitrión carismático de la velada. Entre inglés y español, anuncia los distintos capítulos con una alegría que se contrapone al tópico maligno de la escenografía y se las ingenia para ser absolutamente expresivo aún con el rostro cubierto. Aunque su voz ya no incursiona tanto en su costado más gutural, cuenta con el soporte de los percusionistas Shawn Crahan (el Payaso) y Chris Fehn (Pinocho), que la refuerzan cuando es necesario. Cuando se trata de fraseos limpios, sin embargo, los resuelve con sorpresiva proyección y nitidez.
El show oscila entre la gravísima oscuridad de “The Devil In I”, “Vermilion” y “Killpop” -que no subrayan del todo el perfectísimo doble pedal de Jay Weinberg-, y los feroces raptos de “Duality” y “Spit It Out”, sin prescindir de algunas piezas fundamentales como “Wait And Bleed” y “Before I Forget”, que cerraron para siempre las puertas de los antros metaleros y abrieron las del estadio que escupe llamas.

El gran final promete, en boca de Taylor, un pronto regreso a la Argentina. “People = Shit” y “Surfacing”, dan a los fanáticos de antaño la vacuna que mantiene viva a la enfermedad del heavy metal, que sin duda así consideran los seguidores de Katy Perry desde la vereda de en frente, mientras salen de ese otro show en el Hipódromo. Dos cuadras más adelante, un chárter con un cartel blanco en letras negras exhibe los nombres “SLIPKNOT / KATY PERRY”. Al fin y al cabo, no era más que una actuación.

Fotos: Tomás Correa Arce

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