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Estación Retiro: Pasaje de ida

Recorrer la estación de Retiro y levantar los ojos no solo es toparse con el pasado sino aventurarse hacia el futuro de las construcciones en las que la restauración de lo existente y la economía de recursos energéticos nos sigan permitiendo soñar con viajes.

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Convoy – Gustavo Cerati

Imposible no pensar en la migración interna de la primera mitad del siglo XX cada vez que uno pisa la estación Retiro. Más allá del fenómeno demográfico, está la dimensión humana. Hombres y mujeres, en su mayoría jóvenes, que dejaban sus provincias de origen para probar suerte en la gran ciudad. Por entonces, no solo no había internet sino que la red telefónica era mala y la comunicación de calidad se limitada a las cartas tatuadas de estampillas y sellos.
Recuerdo haber hecho un par de viajes inhumanos en la Estrella del Norte rumbo a la casa de mis abuelos en la infancia. No olvido uno en particular con la salida atrasada. Mi mamá me había comprado libros para distraerme que terminé de leer antes de que arrancara el tren, hacía calor y el fluir de personas parecía eterno. Una señora frente a mí escuchaba a Rita Lee en la radio al tope del volumen. Creo que miré por la ventana, y la estación negra, una mole sucia y portentosa, me provocó miedo, urgencia de que el tren saliera, de que ese lugar desapareciera pronto.
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Lo que yo no sabía era que no siempre había sido así. Su construcción se desarrolló en el periodo 1909 – 1915. Se inauguró bajo la presidencia de Victorino de la Plaza. Plena de mayólicas, bóvedas, hierro y vidrio. El frente se diseñó con la disposición lógica para la entrada de carruajes. Las piezas metálicas provenían de la casa Francis Morton & Co, oriunda de Liverpool. Las postales con tranvías en la entrada la muestran imponente, animal arquitectónico presuntuoso de esa Argentina mitológica que pudo haber sido.
El sector destinado a los pasajeros, con su confitería y sus barrocos locales de madera, estaba dominado por el academicismo francés mientras que la zona de los andenes era propia del funcionalismo industrial. Los techos eran mucho más vastos que los de la estación Kings Cross de Harry Potter. Todo en Buenos Aires era grandilocuente en ese entonces.
Luego la indiferencia y las distintas ópticas respecto al modelo de país al que se aspiraba, hicieron el resto. Varias décadas pasaron hasta que, en 1997, se la declaró Monumento Histórico Nacional. La última puesta en valor, que retratan las imágenes de esta nota, culminó hace pocos meses. Hoy se pueden ver los colores de la composición original, se restauraron las paredes y los techos. No se trata solo de lo estético sino cumplir con el objetivo pragmático de prevenir filtraciones y sostener revoques.
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Los usos contemporáneos determinan que haya leds, cámaras de seguridad y tótems de acceso. La luz se difunde por todos los espacios, como otrora, pero ahora se topa con una decoración más serena, con poco mobiliario porque la estación ya no es un punto de encuentro sino un lugar de paso híper veloz camino al trabajo.
A propósito del tiempo, los moldes de fundición del reloj colgante fueron hechos por una impresora 3D. El reemplazo de la chapa por paneles vítreos también demandó tecnología ingenieril. Recorrer la estación de Retiro y levantar los ojos no solo es toparse con el pasado sino aventurarse hacia el futuro de las construcciones en las que la restauración de lo existente y la economía de recursos energéticos nos sigan permitiendo soñar con viajes.
Fotos: Martín Yapur.
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