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Lecturas Obligadas: Especial 2017. Los que serán clásicos y los que pronto olvidaremos

Lo mejor y lo peor del año en la industria musical mainstream e independiente.

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Así de autoritarios: lo mejor y lo peor del año en la industria musical mainstream e independiente. A pesar de las predicciones de muerte al rock en función a que otros géneros satisfacen esa necesidad artística y brevedad existencial, aquí estamos. Impertérritos, celebrando nuevas fórmulas y desechando la falta de talento.
Ríos de tinta han corrido en ensayos sobre la cultura rock (lo de la tinta es una alegoría al tecleo furioso de la computadora). Como tal, esto es como elemento formativo dio lugar a otros aunque su función artística sigue delineando personalidades e identidades que no encuentran espejo en otras subculturas (la youtuber, la de la Play, etc.). Como sea, la industria habrá perdido ventas y como tal deja de apostar por nuevas bandas o por las viejas que se repitan, el mundo on line ha revolucionado todo de modo tal que la música no es ajena. Por un lado, en internet el artista ha logrado mostrarse como nunca antes, por otro,el disco físico pasó a ser objeto de culto para coleccionistas. O los valores en términos de discos de oro y/o platino: antes había que vender cientos de miles para ser dignatario, hoy la cifra ha perdido por lo menos dos ceros.
Entonces, en este vaivén que se mece entre la ganancia presupuestaria y la ofrenda artística, el mundo de la música necesita una nueva voz. Que pareciera no existir pero a modo de las brujas, que las hay, las hay. Como las Girl Ray, tres jóvenes, muy jóvenes, Londoners que debutaron con Earl Grey, un popito indie que remonta a lo primero de Pavement. Divinas, hasta vomitan en uno de los videos. O Great Grandpa, que por más naturales de Seattle que sean, se despegan de las telarañas dell viejo grunge y atacan con destacada originalidad en Plastic Cough. Grandes voces sobre armonías muy trabajadas. Los suecos Hater y su You Tried, baterías simples al frente, una voz encantadora y canciones que elevan. No como el escocés Lewis Capaldi que se inicia en estas lides con Bruises, un disco despojado, minimalista, con intenciones de cantautor folk pero queda en el camino. Tiene veintiún años, puede mejorar. Ginger Snaps, otro. Con las mejores intenciones, canta divertido pero sobre fórmulas ya trabajadas hasta el hartazgo. Nos volvemos a recuperar con Pale Waves, dos chicos y dos chicas de Manchester que con New Year’s Eve recrean un pop etéreo que si lo maduran, se despegarán de lo teen y conquistarán públicos más adultos.
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Veamos los consagrados: Depeche Mode y Spirit. Enorme, la banda que nunca se repitió a pesar de seguir las mismas pautas desde el día cero: tecno dark, synth pop y hasta una voz que murió y volvió para seguir. O The National que aún más armoniosos y hasta menos oscuros en Sleep Well Beast -no en vano les tomó cuatro años de proceso creativo, traducen un disco de amor y resulta la poesía hecha canción. OK, tienen mejores trabajos pero éste no decepciona, sigue siendo una belleza. El Concrete and Gold de Foo Fighters aburre desde el primer track. Mucho tema y/o intro muy lentas que no tienen que ver con la cara de FF y ni siquiera revientan en un gran estribillo. Solo para fans acérrimos. Quizá sea DAMN el disco sorpresa: Kendrick Lamar le agregó tanta melodía al rap, una sonoridad y una lírica tal que se lleva todos los premios, mucho más genial que Kanye. Sorry, Kim. Katy Perry la rompe con Witness: el pop es difícil de mantener (pregúntenle a Britney) y la inglesa pudo haber naufragado en aguas que le fueron muy turbulentas, hoy está más fuerte que nunca. Después de mil y un reinventos, nos quedamos con esta Katy.
Al revés que Lana del Rey, quien salió a comerse al mundo con su debut con esa boca pero no pudo mantener esa iniciación tan aguerrida. Para empezar, Lust for Life es una canción de Iggy Pop y cuánto mejor tiene que ser tu producto si se ofrece bajo el mismo nombre o cuán alejado de la primera propuesta debe estar. Pero no, Esa pauta suya tan propia (aunque con sello de productores) de casi susurrar los temas y arrastrar las palabras pudo ser un gran inicio, hoy es empalago. Discazo fue Born to Die. Y será Ed Sheeran el artista del año según muchos pero en Divide lo que se ve es que ya se agarra de cualquier ritmo para trascender. Lo que no está mal si se hace bien, pero Ed, ¿rapear? Come on. Después , sí, todo muy producido, muy arreglado, pero remonta a cualquier boys band de los 90 (y que no sea esto un desprecio ya que quien suscribe es fan de Take That que también sacó disco pero mmm).
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Björk. Eterna. Siempre con el factor sorpresa, en Utopia nos muestra su mundo ideal entre la naturaleza y la tecnología, apela a una conciencia más femenina y sus claroscuros son más brillantes que nunca. Lorde creció: Melodrama nos devuelve una joven que ha construido una identidad más allá de la melancolía teen. Un disco reflexivo.
Más memorables de este año: The Fall como siempre, esbeltos, oscuros y armónicos en su New Act Emerge, Mogwai y el primer gran post rock ya más que desarrollado en Every Country’s Sun, The Horrors y la neo psicodelia más el flirteo con el industrial que tan bien le sienta de V, St Vincent y el arty pop difícil, provocador de MASSEDUCTION, un disco que conmueve. Arcade Fire (¿la gran banda de los últimos tiempos?) lanzó Everything Now en el 2017 y con tanto bagaje musical que los avala, pueden permitirse algo quizá no tan elaborado pero manteniendo su temperamento. Otro muy (mal) criticado fue el I See You de The XX y como no hay subjetividad que avale ninguna cuestión estética, pues desde acá lo celebramos: la electrónica como la armonía tienen mil y una posibilidad de enlace y es el recurso que mejor interpreta el dúo inglés y con aires novedosos, futuristas. Slowdive sacó disco homónimo por primera vez en veinticinco años y a su indie shoegaze tan delicado con esa impronta de los 90, le agregó nuevos aires frescos. Pulgares arriba para (no-matter-what) Morrissey y Low in High School y Damage and Joy de Jesus & Mary Chain.
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Vueltas que no celebramos: Maroon 5 (basta, chicos) cree que Red Pill Blues es distinto porque apelan a más electro que a pop pero no. Eminem (¿vivo?) vuelve para hacer lo mismo de siempre: rapear *cof cof* sus problemas con las drogas, su pareja más un tufillo nacionalista con la tapa de la bandera americana. Para peor, le puso Revival al disco. Un no enorme al Evolve de Imagine Dragons y un meh a Songs of Experience de U2. Linkin Park insiste con más pop en One More Light pero da igual, no llegan. Bush, ¿qué te pasó con Black and White Rainbows? Eras cool. Y el Heaven Upside Down de Marilyn Manson decepciona, no como el The After Love de James Blunt que ya presuponíamos sería malo con ganas.
Como nuestra bendita música nacional merece un reporte solo para sí mismo, la seguimos la próxima. Esperamos un 2018 con material de Franz Ferdinand, Black Rebel Motorcycle Club, Manic Street Preachers, Interpol, The 1975, John Cale y Muse entre otros que prometieron nuevas canciones (Keane y Coldplay pueden seguir descansando). Y seguir apostando por una industria que se ve cada vez más amenazada pero quién más que la música nos envuelve en una elegía insurgente para enfrentar un mundo intenso y virulento.

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