Los buenos descubrimientos esconden un misterio que satisface el tiempo transcurrido hasta llegar a él. Eso es lo que esconde el mundo del jazz para ser descubierto por quien desee nadar a través de ese océano infinito.
Booker Ervin nació en octubre de 1930 en Denison (Texas) y murió en New York en julio de 1970. Fue un saxofonista que se caracterizó por un sonido fuerte, duro, de notas largas. Su estilo musical tiene ecos de blues, góspel, de raíces que supieron cosechar los mejores jazzistas de la época del 60.
Booker Ervin primero aprendió a tocar el trombón de la mano de su padre, quien había tocado ese instrumento con Buddy Tate, otro saxofonista y clarinetista estadounidense. Pero fue luego de dejar la escuela que Booker se une a la Fuerza Aérea de los Estados Unidos y es ahí donde aprende a tocar el saxo tenor.
Después de completar el servicio en 1953, Ervin se traslada a Boston y estudia en el Berklee College of Music; para un tiempo más tarde, en 1954, viajar hacia la Tulsa y unirse a la banda de Ernie Fields (trombonista).
Ya instalado en New York, Booker se une al cuarteto de Horace Parlam (pianista), con quien graba Up & Down y Happy Frame of Mind (ambos para el sello Blue Note Records). De 1956 a 1963, Booker trabajó con Charles Mingus, grabando junto con Mingus Ah Um, Mingus Dynasty, Blues & Roots, entre otros.
Mingus supo crear una gran influencia en Booker. Esta se vería plasmada sobre todo durante los años 60, cuando Ervin dirige su propio cuarteto junto con el pianista Jake Byard, el bajista Richard Davis y el baterista Alan Dawson. Junto a esta formación grabó para el sello Prestigie.
Entre 1963 y 1966, Booker grabó para el sello Blue Note Records y tocó junto al pianista Randy Weston, quien dijo de Ervin: “Booker Ervin, para mí, estaba en el mismo nivel que John Coltrane. Era un saxofonista original… Era un maestro”.
Estas palabras de Randy Weston describen la música que supo ejecutar Booker Ervin desde sus influencias musicales, para lograr así, un estilo único dentro del jazz de los años 60. Un estilo que conjuga la fuerza arrolladora de un tren y el silencio de una noche bajo la luz de las estrellas. Un estilo tan personal para tocar el saxo, que cuando llegan los solos, el tiempo parece detenerse en los oídos de la noche.