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JOY DIVISION: Calambres en el alma

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ianA la hora de nombrar las bandas más influyentes de la historia del rock, este cuarteto de Manchester tiene un puesto asegurado. Marcada a fuego por la pluma y la personalidad de su fatídico líder, el suicidado Ian Curtis, es objeto de veneración por quienes tuvimos la valentía de llegar hasta las entrañas de su mensaje. Poesía y dolor en partes iguales.
En mayor o menor medida, todos le tememos a la muerte. El ser humano titubea ante la idea de bucear en el significado de esa disyuntiva metafísica sobre la cual no hay discusión de final probable: todos nos vamos a ir de acá. Y el morbo viene de la mano con ese miedo a lo desconocido e inevitable. Pisando sobre el tema Joy Division, la conexión entre su música oscura e infernal y la leyenda del hombre que pende de una cuerda es no menos que fascinante.
De esta cuestión se desprende una pregunta con, en mi caso personal y no ausente de subjetividad por tratarme de un fan confeso, una respuesta contundente. ¿Hubiese sido tan influyente como pocos su legado, si su atormentado cantante no se hubiera ahorcado? Definitivamente sí. Como en el caso de Kurt Cobain con Nirvana, nunca sabremos ciertamente hacia dónde habría ido la cosa respecto a sus personalidades y carreras artísticas, porque lo que pudo haber pasado, sencillamente no existe. Pero algunas pistas dejaron.
Ian Kevin Curtis nació en Manchester el 15 de junio de 1956. Desde pequeño mostró una gran pasión por la poesía, muy influenciado por plumas traumadas y nada complacientes. Gran fan de David Bowie, soñaba con ser frontman de una banda de rock y el legendario show que dieron los Sex Pistols en el Free Trade Hall de Manchester el 20 de junio del ’76, de gira mostrando la furia punk por territorio británico, encendió esa mecha. Allí se cruzó con dos de los integrantes de la que sería su primera banda: Warsaw. Bernard Sumner (por aquel tiempo Bernard Albretch) y un larguirucho Peter Hook estaban ahí por lo mismo: una buena patada en las encías a cargo de Johnny Rotten y los suyos. Pero estos dos no iban desprovistos de segundas intenciones, buscaban un cantante para el grupo en ciernes y el joven poeta aceptó el convite.
Ya establecidos como Joy Division y con Stephen Morris en batería, desde un primer momento los cuatro buscaban un sonido diferente, donde el oyente pudiese identificar claramente cada instrumento. Y esa fue una de las características principales del grupo: la base bajo-batería no funcionaba normal, no llevaba consigo esa unidad tradicional, sino que cada uno hacía la suya por canales bien diferentes. Morris en los parches patentó un estilo retorcido, contracturado y veloz, con una participación estelar del hi-hat. Y respecto al bajo… ¿Qué decir? Uno de los signos distintivos de esa locomotora feroz que fue Joy Division cuando rockeaba era Peter Hook pelando, castigando las cuerdas de su instrumento y sacando esos sonidos gordos que tantas bandas copiaron a través de los años. Y que seguirán copiando. Mientras tanto, Bernard Sumner soñaba con ser una guitarra rasposa y atmosférica, creando climas filosos y escapándole a los solos. En eso se fue transformando Joy Division, en un combo enfermo que tomó la efervescencia y agresividad del punk para darle una vuelta de rosca y lograr una versión 2.0 de ese germen subversivo. Al punk lo evolucionaron y supieron cuándo meter los dedos en el enchufe a pura distorsión o bajar con la mano en el hombro hasta el frío patíbulo de la desesperación. Y todo ello, con un vuelo poético muy inspirado.
El grupo estaba fascinado con Ian, su voz gutural de barítono trasnochado y su pluma excelsa. El cantante guiaba, llevaba la delantera y los tres restantes acompañaban. Con la complicidad de su esposa Deborah, gastó todos sus ahorros para grabar los primeros temas en estudio, porque sabía muy bien que llegar era una cuestión de tiempo y de dar con la persona correcta. Al poco tiempo de ensayar, tocar y tocar como locos, la máquina estaba aceitada y debían ir por el gran golpe. Esa persona, ese objetivo, tenía nombre y apellido: Tony Wilson. Pelearon por eso. No pasó mucho tiempo hasta que dejaron boquiabierto a todo el mundo, tocando en vivo su bomba neurótica Transmission en el programa Something Else, del famoso presentador de Granada TV luego devenido en productor estrella. Pueden encontrar en YouTube esa toma histórica, hecha en directo ante miles de televidentes del norte de Inglaterra. Hay que ver esa expresión de paroxismo febril en la cara del cantante, cuando en el fraseo del estribillo final todo es un desmadre sonoro y se le desorbitan sus ojos azules a la par de esa maquinaria musical que se llevaba todo el estudio por delante. Un ataque consagratorio. La reputación del cuarteto se fue a las nubes y la leyenda de Joy Division comenzaba a ser escrita.
A la hora de hablar de ellos grabando, hay que hacer mención de un personaje vital en el relato. Hubo detrás del grupo un alquimista que vio más allá, que se obsesionó con pulir ese diamante en bruto que pedía a gritos el reconocimiento. Ese loco fue su productor Martin Hannet. El Joy Division que tanto nos gusta, que influyó a un sinfín de bandas en el mundo que quisieron copiar ese sonido bruto y fascinante, oscuro y complejo, no hubiese sido el mismo sin su mano. Con ese cóctel preparado a pura precisión, registraron dos álbumes tremendos e irrepetibles ya que la química entre los cuatro fue total. Y la inspiración genial de su cantante, si bien apuntaba fuertemente hacia el polo negativo, se encontraba en el momento justo.
Sólo dos discos en estudio, nada más que eso. Unánimemente aclamado por la prensa, el abrasivo debut Unknown Pleasures (junio de 1979, Factory Records) fue la piedra basal de la reivindicación norteña inglesa, un concepto equilibrado de rock violento y siniestro con unas letras únicas, gestos de desesperación decorados con un vuelo poético sin precedentes. Joyas angulosas tales como Disorder, She’s Lost Control, Shadowplay, y Day Of The Lords conviven armónicamente en el seno de un trabajo iniciático. Mención aparte para el arte de tapa, negra y deforme, donde se grafican los movimientos sucesivos del primer púlsar descubierto por la astronomía, a cargo del artista Peter Saville.
A partir del disco debut, y muy a pesar de no haber vendido mucho, Joy Division era la nueva gran cosa. Los grandes sellos salieron con la chequera en la mano a firmarles contrato pero se encontraron con la decisión del grupo de no innovar. Se atrincheraron en Factory sabiendo que con Tony Wilson tendrían una independencia creativa total. Y a medida que las mieles del éxito fueron endulzando la realidad de esa banda salida de un lugar desgraciado como una divina reivindicación llegada a tiempo, la vida personal de Curtis se iba tiñendo de negro. Tras un brutal ataque dentro del auto que los traía de un show en Londres, un inesperado diagnóstico de epilepsia lo transformó todo. Los estamentos de la banda se sacudieron. La medicación para tratar la enfermedad fue peor que aquellos desagradables temblores. A su vez, el joven Ian cayó en manos del cupido adúltero al enamorarse de una diplomática belga, la bella Annik Honoré. Reconocimiento general en paralelo con una vida personal en picada: el cóctel Curtis comenzaba a levantar temperatura.
Como producto artístico, Joy Division a nivel europeo era un verdadero fenómeno y los portones de USA estaban abriéndose de par en par, esperando al nuevo fenómeno anglosajón. Pero con el paso de los meses el cantante estaba cada vez peor: su relación con Deborah estaba quebrada, ni siquiera la crianza de su hija Natalie (nacida el 16 de abril de 1979, dos meses antes del disco debut) funcionó como un bálsamo para el matrimonio. La epilepsia estaba causándole estragos, le daban ataques en pleno escenario y la vida nocturna que conlleva una banda en desarrollo no ayudaba mucho al cuadro de situación. Ian Curtis necesitaba ayuda en serio y nadie parecía estar mirando lo que pasaba.
Los graves problemas conyugales y el amor furtivo con Honoré inspiraron al poeta a escribir el hermoso Love Will Tear Us Apart. Lanzado como single anticipo del segundo disco, en marzo de 1980, fue el trampolín hacia el cielo y hasta el día de hoy es el tema más reconocido del grupo. Hizo que las ventas del disco debut se dispararan, pero también fue un aviso de lo que vendría. Y eso no era precisamente bueno.
Años después, los restantes compañeros ya transformados en New Order confesaron nunca haber imaginado un final semejante. El solo hecho de pensar en viajar a USA para el compromiso de una extensa gira lo tenía traumado. Ya ni siquiera quería tomar la medicación para la epilepsia, la cual en muchos casos provoca una aguda depresión. Y a Curtis todo esto le producía un gran desorden mental. Agobiado por la presión de seguir afrontando el protagonismo del grupo, sumado a la salud diezmada y su inestabilidad emocional, un día antes de salir de gira consagratoria por Norteamérica Ian Curtis se quitó la vida. El calendario se clavó en el 18 de mayo de 1980. Luego de ver la película Stroszek de Werner Herzog, en la que el protagonista se suicida, el cantante se colgó de una cuerda en el techo de la cocina. Cuando Deborah volvió a la casa encontró la televisión prendida, el disco The Idiot de Iggy Pop sonando en el tocadiscos, y el cuerpo de su marido pendiendo a media altura. Tenía solo veintitrés años.
Dos meses después de su muerte, el bello y sórdido segundo disco del grupo, Closer (18 de julio de 1980, Factory Records, producido por Martin Hannet) volvió a confirmar que la banda era una cosa sensacional. Pero ya no quedaba tiempo, solo acomodar el peso de la leyenda. Fuertemente influenciado por el libro de J.G. Ballard, The Atrocity Exhibition, si bien desde lo musical es más equilibrado que el anterior, sus letras están llenas de pasajes claustrofóbicos. Otra vez, el arte de tapa merece una mención especial: a cargo de Peter Saville, sobre un elegante fondo blanco la decora una impresionante foto de una tumba perteneciente a la familia Appiani del cementerio de Génova.
Joy Division fue un viaje increíble emprendido por cuatro tipos que artísticamente no tenían límites. Hay voces que contaron lo encantado que estaba Ian con los sonidos electrónicos de la escena alemana, en particular con Kraftwerk, y que hacia ese terreno hubiesen ido si no pasaba lo que cuenta la leyenda. Por eso no extraña el cambio de rumbo musical que tomaron los tres que quedaron, ya bajo el nombre New Order. Pero esa es otra historia. La que nos ocupa duró un poco más de cuatro años y nos dejó mucho. Dos discos fulminantes, un poeta desesperado que se transformó en mártir y miles de grupos alrededor del mundo queriendo sonar como ellos. Menudos epitafios.
(Texto publicado en la revista en UltraBrit #1. Lo podés comprar a través de MercadoLibre haciendo click acá)

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